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Las ataduras del Orgullo y la Soberbia


El orgullo y la soberbia son como una cuerda que nos ata las manos y no nos deja movernos con libertad. Hacen que nos aferremos a lo pasajero de este mundo y así olvidamos las riquezas y la grandeza de aquel mundo que no vemos. ¡Cuánto nos cuesta decir no puedo! ¡Cuánto nos cuesta ponernos de rodillas frete a Cristo y pedirle que nos ayude; decirle a Él que no podemos sabiendo que sólo Él lo puede todo! ¡Mísera soberbia e infeliz orgullo! Matan la frescura del corazón y lo adentran en un mar de tristezas, nos hacen creer lo maravilloso e imposible, crean falsas ilusiones, engañan al corazón y lo secan, son como un veneno que mata. ¿Cómo podemos vencer tal desgracia?

La humildad, esta es la virtud madre de todo hombre que busca a Dios con sinceridad. Buscar a Dios es ya reconocer un vacío interior, un no se qué, que sólo Dios puede llenar y quien no lo tiene permanece intranquilo, busca, pero no sabe qué, tiene miedo de darle nombre o ponerle un rostro. Ese nombre que es el de Dios y ese rostro que es Cristo.

Por eso hemos de morir para dejar que Cristo nazca, no es un suicidio, es amor, dejar de ser eso “yo” egoísta para que nos creó pueda vivir en nuestro interior. He aquí el riego de creer, el riesgo de amar y entregarse: dar muerte al egoísmo del “yo” para dejar que nazca el “Tu” que es Cristo.


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